Fotografías del alma que trascienden más allá de las rejas. (Crónica)

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Selfie de algunos(as) de los brigadistas que asistieron a Tepepan

El 18 de octubre escuchamos a Diego decir: -próximamente Belleza tras las rejas, iremos a Santa Martha y Tepepan, espero también encontrarnos allí; hasta ese momento parecía que no habíamos hecho conciencia del compromiso que eso implicaba.

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Conforme pasaron los días se nos informó que debíamos acreditarnos para ser parte de la brigada “Belleza tras las rejas”, reuniendo los siguientes requisitos: identificación oficial, CURP, así como dar el nombre de nuestros padres.

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Parecía difícil encontrar documentos que nos identificaran plenamente, al sentir temor a los desconocido, al estigma social qué existe por ingresar a un centro de readaptación; conocidos y amigos qué tenían conocimiento de la experiencia que nos esperaba, nos cuestionaban ¿sabes cómo son las revisiones para ingresar?, ¿qué tal y te hacen algo adentro? O bien no faltaba quién nos daba el consejo de que cuidáramos nuestra identificación, ya que si la perdíamos estando adentro, no nos dejarían salir… Para algunos otros había temor al sentir recreada su historia personal, por antecedentes propios o de algún miembro de su familia.

Pasados los días nos enteramos que nuestra visita a Santa Martha había sido cancelada, la fecha para ir a Tepepan fue cambiada, la espera parecía eterna, sin embargo, también otorgaba un descanso a todas nuestras inquietudes.

Prepararnos no sólo implicó reunir documento y disposición, sino además la modificación de un hábito como lo es nuestra vestimenta, la mayoría de nosotros como parte de nuestra cotidianidad usamos el negro, azul marino y en algunas ocasiones el blanco, colores con los que no podíamos ingresar, así que, sorpresa nos llevamos al preparar nuestra ropa para ese día, al abrir el closet y darnos cuenta de que eran pocas o nulas nuestras opciones, así qué rescatamos ropa que teníamos en desuso o bien conseguimos algo prestado.

Llegó el 29 de noviembre, un trayecto para la mayoría largo, sin embargo, parecía poco tiempo para controlar nuestros nervios. Algunos llegamos en transporte público, usando el tren ligero, estación Periférico, de donde tomamos un taxi, al abordar le dije al chofer, -por favor, al Centro Femenil de Readaptación Social Tepepan, a lo que él contestó- ¿a dónde?, a lo que contesté con la misma frase qué use al abordar el taxi, se queda pensando… -ah ya sé, ustedes van al reclusorio… Pensé, sí podría haber sido más fácil referirme con ese término, sin embargo, sería admitir qué es un encierro sin objetivo.

Pudiera ser un paliativo a mi conciencia usar el nombre “Centro Femenil de Readaptación Social Tepepan”, llamarlo así es entenderlo como un espacio que aún con recursos limitados y vivencias desgarradoras, busca dignificar a la persona…

Hemos llegado, nos saludamos con emoción y compartiendo nuestro sentir, algunos dijeron:         “-siento revolución en el estómago”, “-tengo angustia”, “-Mi hija me dijo que mejor no viniera, pero le dije que venía porque yo ya tenía un compromiso”; alguien más dijo: “-yo, vengo a lo que vengo”; el exterior lucía abandonado.

Antes de cruzar la puerta, Gina nos dio algunas recomendaciones, qué nos hicieron dejar relativamente todos los artículos de uso personal qué llevábamos; era momento de entrar.

Al cruzar la puerta nos encontramos con un listado de objetos, artículos eléctricos y alimentos prohibidos de ingresar al centro, percatándonos de que varios artículos qué se llevaban estaban en la lista, sin embargo, con los trámites realizados previamente se permitió su ingreso.

El primer registro era una libreta, posteriormente atravesamos un torniquete para mostrar lo que llevábamos, el personal del centro se mostraba tranquilo y cálido, al saludarnos, darnos la bienvenida y explicarnos el procedimiento de ingreso. Se llegó a lo que esperábamos fuera la revisión más dura, en un pequeño gabinete blanco nos revisaron uno a uno, sentíamos alivio al notar qué no era una revisión más invasiva que aquella que nos hacen cuando asistimos a un concierto, un estadio o un baile.

Avanzamos por un pasillo en el que entregamos nuestra identificación, se nos puso un sello visible con luz UV, además de entregarnos una ficha que nos dijeron era nuestro pase de salida. Seguimos avanzando y las ganas de ir al baño no se hicieron esperar, así poco a poco surgían rostros que nos observaban y con inquietud preguntaban, ¿Dónde se realizará la actividad? Y ¿a todas nos atenderán?… Algunas en su afán de expresar lo que querían se acercaban hasta el contacto físico, tocándonos la cabeza para decir: “-yo quiero un corte, o el color así”.

Pronto se nos dirigió al salón de los espejos, donde se imparte la clase de danza, actividad que actualmente no se desarrolla porque la maestra se ha ido. Con la mirada buscábamos familiarizarnos con el espacio, con las personas e incluso con la dinámica, de forma inmediata empezamos a notar un desfile de mujeres que vestían de pies a cabeza de color azul marino.

Cada uno buscamos nuestro espacio y pronto llegó la petición de atender a un grupo de mujeres que estaban en el servicio de psiquiatría, tres brigadier acudieron al encuentro, regresaron en silencio y con las emociones guardadas, no escuchamos palabra que hiciera referencia a su experiencia. Mientras tanto, en el salón de los espejos se acomodaron ocho sillas en media luna, ingresaron las primeras de la fila, pronto los brigadier se acercaron para conocer lo que deseaban realizarse, un tinte, un corte, un planchado de cejas… Al tiempo que los especialistas en la belleza iniciaban su labor, se inició un conversatorio, en el que se les pidió compartieran una foto, de esas qué se guardan en el alma.

Fotos del alma…

X – Se les pidió describieran una foto qué les trajera un recuerdo agradable, Lourdes fue la primera, compartió una foto en la que ella se recordaba tomada de la mano de su madre, luciendo un vestido que le gustaba mucho.

Algunas, con reservas empezaron a hablar, una de ellas preguntó si podía compartir una foto no tan bonita, a lo que se le dijo que era su espacio y tenían la libertad de decir lo que quisieran, siempre y cuando esto fuera con respeto. Lourdes, compartió que no hacía mucho tiempo se había cortado el cabello ella sola, para no cortarse más los brazos, porque se sentía enojada y sabía qué cuando se cortaba su hijo se asustaba y que aunque cortarse el cabello lo había hecho para autocastigarse, su hijo no lo vería tan malo.

Algunas de ellas solo decían cómo se sentían por ser parte de ese momento, había quien decía estar enojada, triste, y quien se sentía con esperanza de verse bonita al final de la brigada, para así dejar de estar muerta y ya no ser un zombi. La afluencia empezaba a ser mayor, generándose roces entre ellas por el orden en el que deseaban ser atendidas, por esta razón se decidió pedirles que nos siguieran regalando sus fotos de forma individual y así poco a poco llegaban fotos del alma a nosotros.

María cuando llegó solo quiso compartir que estaba intolerante, pero al final de haber recibido los servicios de la brigada, se acercó para decir que ahora sí tenía algo qué decir, “-esto qué veo en el espejo no solo influye en mi aspecto físico, sino además en lo emocional, me siento atendida, cuidada, mi autoestima está arriba, saben, es impresionante tener a un estilista enfrente después de diecisiete años, esto es un regalo de Dios, yo sólo tenía una visita, una amiga qué me violentaba y yo aguantaba para no quedarme sola, ella decía que le debía agradecer visitarme, que sin ella, yo no era nada, un día me cansé y le dije que ya no viniera, en trabajo social me dijeron que cómo había hecho eso, que ella era mí única visita, ya no viene y la verdad me sentía mal por eso, sin embargo, esto me reafirma que yo valgo y por alguna razón llegaron ustedes conmigo hoy”.

Sofía, tenía una labor importante en la brigada, ya que fue la responsable de dosificar el ingreso de las internas al salón, al acercarnos a preguntarle ¿cómo te sientes?, ella nos dijo: “-me siento a gusto, porque puedo ayudar, en especial desde qué trate de envenenarme con raticida, aquí he consumido drogas y quiero ayudar para sentirme útil, hoy siento qué hice algo bueno, sé que necesito estar ocupada para que mi adicción baje, gané haciendo aseos $20, que no voy a poder ni dormir para que no me los roben, pero es mucha tentación tenerlos porque si no estoy ocupada se me puede antojar un toque, ya no quiero aventar mierda, para no dañar a otros. Mi mayor problema es mi adicción, quisiera qué me apoyaran aquí, para poder dejarlo, pero no pasa nada aun cuando pido la ayuda; lo más fuerte estando aquí ha sido que mi hijo muriera y que yo no pudiera estar con él, cuando él muere, yo tenía la venta de droga de todo un penal… Necesito ser congruente entre lo que digo y lo que hago, por eso necesito seguimiento para reponerme de mi adicción.

Esperanza– “Cuando llegué aquí me dolía el alma, pero siento que encontré un lugar para mí, aquí me recuperé, ya no me acordaba de mí, volví a ser yo, considero que mi relación más significativa es conmigo misma, porque me respeto, llegué aquí acusada por robo agravado en pandilla, tengo siete años aquí y afuera dejé una hija que ahora tiene once años y a mí me preocupa que no nos conocemos, sin embargo, me llena de emoción que ella me diga que ya nos conoceremos, estoy segura de qué estoy aquí porque tenía algo qué aprender, estando en este lugar mi esposo me abandonó y me dolió, pero ahora algo bueno me ha dejado y es que aquí encontré el amor, ella es lo más hermoso que pude haber encontrado, mi familia no me ha dejado, hay muchos esperándome y soy feliz porque en febrero me voy”.

Terminando de hablar con Esperanza, se acercó a querer platicar Mariana, una mujer con una expresión fuerte y de cuerpo robusto, ella es una persona con discapacidad intelectual, la petición de ella hacia nosotros era qué “cuando saliera se le ayudara a conseguir una beca porque ella quería ser como el peluquerito que está cortando cabello allí, -refiriéndose a Diego-, para ya no regresar a ese lugar, que ese lugar no era para ella y que no entendía por qué la habían metido”, se le explicó cuáles eran los servicios que otorgaba la brigada y se le dio información de las dependencias que brindan apoyos y servicios a personas con discapacidad en el Distrito Federal, lugar del que es originaria.

Muy atenta en una silla observaba las pláticas qué teníamos Bertha, le preguntamos si quería compartirnos algo, muy calmada nos dijo que “sentía bonito qué la atendieran, qué ella tenía dos días de haber llegado de Santa Martha y que eso no lo había vivenciado allí, a pesar de haber estado 4 años, 8 meses”, ella menciona que llegó por robo de auto. Hablaba pausada y después de un breve silencio nos dijo: “ el 11 de noviembre de este año murió mi hijo, -rodándole las lágrimas añade-, el 12 era su cumpleaños, hubiera cumplido 25 años, yo no me di cuenta de qué él estaba enfermo, él me visitaba y no pude percatarme de que tenía cáncer, Roberto, mi hijo tenía leucemia y yo no sabía, aquí se aprende mucho y también aquí sale mucho coraje, de repente me siento muerta, triste, agotada, estando aquí también murió mi hermana, me dolió mucho, aunque no tanto como la muerte de mi hijo; yo no quiero llorar aquí, quiero salir y llevarme mi duelo conmigo, esto no quiero que se quede encerrado, debe ser libre y cuando lo comparto con ustedes empieza a estar en libertad, porque se lo llevan, me faltan cuatro meses para salir y ahora quienes me esperan son mis nietos, qué fue lo que mi hijo me dejó”.

Atrapó nuestra atención una joven, con un aliño personal impecable, nos acercamos a ella, preguntándole si podíamos platicar, enseguida buscó acercar tres sillas, se sentó y nos invitó a sentarnos, inmediatamente preguntó “¿de qué quieren platicar?”, le dimos libertad para que ella hablara de lo que quisiera, Araceli nos dijo, “ hoy me hicieron un corte de cabello y me lo rizaron, me gustó, me siento contenta, tengo doce años aquí y tengo una sentencia de 42 años, 2 meses y 6 días”, al notar que era joven preguntamos su edad, y ella dijo “tengo 31 años y llegué por homicidio, tengo un hijo que cuando llegué aquí tenía 8 meses y no lo conozco, soy una persona indígena, del estado de Hidalgo, a los trece años me trajeron a la ciudad a trabajar, pero como lloraba mucho me regresaron, solo estudié la primaria y regreso a la ciudad a los 16 años a trabajar, viví con una pareja hasta los 19 años, que fue cuando llegue aquí. He ayudado a gente sin recibir nada a cambio, yo ya se lo que pasa aquí, no me adueño de la cárcel y aunque alguien sea nueva, yo, sí puedo la ayudo y no la juzgo; hago el bien, sin mirar a quien. Mi fe me mantiene y la palabra de Dios me sostiene, por eso me valoro y me respeto, no me he metido nada y me cuido. Nosotras estamos abandonadas, hay poca visita, debido a que muchas somos de bajos recursos, hay mujeres que están en el servicio de psiquiatría que no reciben la atención que necesitan, tan solo hace poco hubo tres muertes por suicidio, somos discriminadas. Pero hoy me sentí bien, Gaviota es una persona sencilla y humilde que me hizo sentir muy bien.”

Durante la brigada, Susana se mostró dispuesta a apoyar con lo que se necesitara, trayendo mesas, sillas, agua, lo que se le pidiera, se acercó para pedirnos que la escucháramos, inicio diciéndonos “estoy aquí por privación de la libertad de unos niños”, con un llanto que apenas la dejaba hablar, nos dijo “siento culpa por el daño que les hice a esos niños, yo lo hice por amor a alguien y ahora me doy cuenta que me duele más haber cometido un delito, que estarlo pagando”. Estando aquí, dice haber tenido la mejor experiencia de su vida, ser madre de tres hijos que no cambiaría por nada, “yo llegué estando embarazada, mi primer hijo nació aquí y de las primeras cosas que me preguntó fue -qué hacíamos aquí con policías-, yo le tuve que decir la verdad, tiempo después me mandaron a las islas, donde formé una familia y tuve dos hijos más, ellos ahora están en una institución y los traen a visitarme una vez al mes, mi hija siempre me trae dibujos, en los que estoy yo con ella y en el último que me trajo, me dijo: -ve bien el dibujo, para que notes la diferencia-”, yo lo observé y guardé silencio, -te das cuenta mamá que ahora te tomo de la mano y así vamos a caminar cuando tú salgas de aquí-, tengo una sentencia de 31 años, 5 meses y no cambiaría por nada haber sido madre, aún aquí”.

En medio de la plática con Susana, alguien llegó por atrás jalándome la playera y exigiendo saber dónde se anotaba para que la atendieran, me levanté, la llevé a la fila y con tono enérgico y respetuoso, le dije que esperara en la fila, que ya le habían informado como pasarían, no media más de 1.50, sentí me observaba y buscaba que la viera e incluso me decía “si quieres yo también les platico lo que quieran”, después de hacerla esperar algunos minutos, le dije ven, vamos a platicar, ella con una gran sonrisa se sentó y dijo “yo soy Patricia, tengo 31 años y soy de Guatemala, bueno, nací aquí, pero como yo crecí en Aldeas Infantiles, me mandaron a vivir a Guatemala a los 16 años, entonces mis papeles dicen que soy de allá. Trabajé para juntar dinero, porque quería venir a un concierto de “La Apuesta”, quería escuchar “Por ti”, esa es mi canción favorita, me vine a la mala y aquí me hice de dos amigas y andando por la Alameda, ellas le robaron a un señor, él las acuso a ellas y yo me quedé aquí por haber dicho que era de México y tener papeles de Guatemala, por “mentir” me encerraron. Aquí, para tener dinero hago aseos de los que cobro $10, yo no tengo visitas. Yo tuve que crecer en Aldeas Infantiles porque mi mamá tiene un retraso mental, mis tíos abusaron de mi madre y yo nací, la metieron a Fray Bernardino y hasta que estuve aquí me trajeron a mi padre, del que yo no quiero saber nada. Primero estuve en Santa Martha y luego el 6 de noviembre me mandaron aquí por un problema cardiaco del que me habían desahuseado, me dijeron que necesito una cirugía a corazón abierto, estoy programada para marzo y yo salgo de aquí en enero, eso me preocupa, yo prefiero vivir aquí, aquí soy más feliz que cuando viví en Aldeas Infantiles, en ese lugar me maltrataron, levantándose la playera nos muestra una cicatriz de aproximadamente 15 centímetros diciendo: -está me la hizo una de las tías de la aldea con un cuchillo, porque no me quería; me di cuenta de que quiero salir limpia, sin rencores y por eso pedí ir con la psicóloga para dejar aquí lo malo. Por cierto, todos me dicen Vos, y escuchen “Por ti” de la Apuesta.”

Después de todas estas fotografías del alma, nos lleva a la reflexión de que en cualquier lugar hay experiencias vividas que nos tatúan el alma, que nos hacen impactarnos contra los mismos muros emocionales, que desde nuestra infancia vamos tratando de esquivar.

X Nota: Los relatos son reales, los nombres fueron cambiados a petición de ellas.

Nos gustaría dejar como reflexión a nuestra querida familia brigadier el siguiente poema:

Algún día en cualquier parte,

en cualquier lugar indefectiblemente.

Te encontrarás a ti mismo.

Y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.

Pablo Neruda

 

Autor: Lula y BereNice

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